Caminar lo que no se ve
Al recibir la invitación a participar de esta idea, me encontraba investigando en las posibilidades del caminar, sus significaciones políticas y sus implicancias estéticas. Las posibilidades que tenemos de ejercer nuestro derecho a caminar son limitadas. De hecho, nada nos incentiva a caminar. Es mejor montarse en un vehículo motorizado para trasladarse de un punto a otro, público si no tienes suerte, propio si eres afortunado. Eso es más eficiente, por tanto mejor. ¿No? Llegamos antes, no por ello a la hora, porque vamos más rápido. Al caminar, en promedio, nos desplazamos a cuatro kilómetros por hora. Esa es la velocidad que nos permite reflexionar. Cualquier otra, nos exige atención, nos obliga a focalizarnos. He llegado al convencimiento que caminar es mejor, aunque sea más lento. O que es mejor, justamente por ser más lento. Es más lento y esa lentitud nos conecta con un ritmo ancestral donde recuperamos el contacto con el entorno. Solnit (2015)[1] afirma que “caminar es la antítesis de poseer. Caminar postula una experiencia de movimiento solitario o compartido del territorio del que se regresa con las manos vacías” (p. 241) y al caminar, al adoptar realmente esa velocidad de caminar, regresar con las manos vacías parece algo tan evidente como virtuoso.
Angélica y Pablo me invitan a participar de esta idea, que luego se transformó en proyecto y que ahora se abre al público como obra, donde lo central, la acción principal, es caminar. Caminar por una ciudad para descubrir aquello que no se ve. En alguno de los espléndidos relatos de Kike Parra[2], leí que una ciudad es como un dibujo que se hace cuando niño. Años después, al volver a mirarlo, uno es incapaz de reconocerse en él. Los espacios cambian, las ciudades cambian, y el dibujo mental que tenemos de ellas se vuelve irreconocible. Por eso es vital que nos demos el tiempo de volver a caminarlas, mirar esos lugares y descubrir aquellos que ya no están.
De eso se trata 50x50, de invitarnos a reflexionar sobre aquello que no vemos, detenernos en la huella. Es una excusa para que podamos representar nuestra historia a través de ecos, de fantasmagorías, a un ritmo de cuatro kilómetros por hora. Lo que me recuerda que “lo importante en una representación por fuerza tiene que ser (…) lo que no se ve en ella. Y para ello tanto vale la agudeza visual como el error, la casualidad o la incertidumbre” (Lynch, 2010, p. 151)[3].
En Chile sabemos de errores y casualidades. También de incertidumbre. Este proyecto se ha llenado de ello. Y frente a eso, la propuesta es caminar e intentar pensar. Caminar y pensar el error, caminar y pensar la casualidad, caminar y pensar la incertidumbre. Se conoce, se ha escrito mucho, respecto de la relación entre pensar y caminar. Desde los peripatéticos hasta el paseo de los filósofos en Heidelberg. Como decía más arriba, vivimos en un medio que nos desalienta a caminar. Que no nos deja pensar. Quizás porque pensar, como aseguraba Heidegger, “no conduce a ningún saber (…), no trae sabiduría útil para la vida (…), no resuelve ningún enigma del mundo (…), no confiere inmediatamente ninguna fuerza para la acción” (2010, p. 216)[4]. Eso quiere decir, si lo aceptamos como cierto, que el espacio de pensar es completamente improductivo, contrario a todo lo que se indica como bueno en nuestro orden. Pensar nos hace estar presentes, en nosotros, con lo que nos rodea. Vuelvo a la frase de Solnit: si caminar es lo contrario de poseer, pensar es un buen modo de liberarse.
RCC
[1] Solnit, Rebecca (2015) [2001]. Wanderlust: una historia del caminar. España: Capitán Swing
[2] Parra Veïnat, Kike (2018). Ninguna mujer ha pisado la luna. Madrid: Relee
[3] Lynch, Enrique (2020). Ensayo sobre lo que no se ve. España: Anaya
[4] Heidegger, Martin (2010) [1997]. ¿Qué significa pensar? Madrid: Trotta